El uso de los términos “internacionalización”, “globalización” o “mundialización” ha dado lugar a un
amplio debate que trasciende el ámbito académico.
En general, hay una extensa preocupación por los aspectos económicos, financieros o,
incluso, por las corrientes migratorias en nuestro continente, pero no hay una reflexión suficiente respecto
a la educación y, en especial, a la universidad como
factor clave en cualquier proceso de modernización,
lo cual me parece indispensable.
Las nuevas tecnologías y su aplicación al desarrollo
de la producción, las finanzas y los servicios, entre
otras áreas, han impuesto un ritmo de vértigo a los
asuntos humanos. En pocos segundos nos enlazamos
con países remotos, hablamos e investigamos de un
lado al otro del planeta.
Estamos, pues, ante una auténtica revolución del conocimiento, incomparablemente mayor y
más profunda que otras ocurridas en la historia.
Aunque estos cambios son positivos y ya se hacen sentir incluso en la vida diaria, aún desconocemos
a ciencia cierta hacia dónde nos llevará esta revolución en marcha y cómo transformará a las sociedades
y sus paradigmas. Es como si nos hubiéramos subido
a un tren en movimiento sin tener idea de cuál es el
destino final. En este campo es mucho lo que aún
debemos estudiar.
En sentido estricto (la globalización) es el proceso
resultante de la capacidad de ciertas actividades
de funcionar como unidad en tiempo real a escala
planetaria. Es un fenómeno nuevo, por lo que
sólo en las dos últimas décadas del siglo XX se ha
constituido un sistema tecnológico de sistemas de
formación, telecomunicaciones y transporte que ha
articulado todo el planeta en una red de flujos en los
que contrafluyen las funciones y unidades de todos
los ámbitos de la actividad humana... La economía
global –nos sigue diciendo Castells– incluye en su
núcleo fundamental, la globalización de los mercados financieros, cuyo comportamiento determina
los movimientos de capital, las monedas, el crédito
y por lo tanto las economías de todos los países...
Junto a ello, como hemos dicho antes, también
somos testigos de la globalización de las tecnologías,
la información y la comunicación (multimedia e internet). Y, a la vez, observamos la globalización del
llamado crimen organizado y la enfermedad. Como
individuos y sociedades nos intimidan nuevas amenazas a escala planetaria y éste, al parecer, es sólo el
comienzo.
En contraposición a la idea de que la globalización es un fenómeno uniforme, indeterminado, con
repercusiones idénticas en realidades distintas, cabe
señalar que el modo cómo éstas se incluyen en la
globalización también repercute sobre su futuro, sobre
los ritmos y los costos que el cambio trae consigo. A
este respecto, David Ibarra, un prestigiado economista
mexicano, ha hecho el siguiente resumen: “Los países
en desarrollo se han amoldado a las nuevas reglas
universales con distinta fortuna y pagando precios
también distintos. La preponderancia de Estados
Unidos ha llevado a implantar cuanto antes el nuevo
orden unipolar. En esas circunstancias, la cuestión de cómo apropiarnos del conocimiento generado por la sociedad
global no es fácil de resolver.
“La educación es la principal inversión de infraestructura en la era de la información. Pero la reforma
educativa no consiste sólo en mayor escolarización
o en introducir Internet en las escuelas. Pasa, sobre
todo, por la formación de los formadores, tanto en
método pedagógico como en conocimientos especializados y en familiaridad con las nuevas herramientas
tecnológicas.... Implica también una utilización de
las nuevas formas de enseñanza virtual que aceleran
la formación de los formadores y permiten quemar
etapas. No es una política fácil ni rápida, pero es la
condición indispensable para la transición de conjunto
de la sociedad al informacionismo. La universidad no
conduce a nada si no trabaja con material humano
que ha sido educado convenientemente en los niveles primario y secundario... es necesario reforzar
centros de excelencia universitarios, nacionales o de
ámbito latinoamericano, que hagan de locomotoras
científicas y tecnológicas en relación con el conjunto
del sistema”.
Como dice Joselyne Gacel-Ávila: “Si la sociedad
global requiere de la formación de una auténtica
ciudadanía global para su progreso, entonces la educación, verdadera base de la integración regional,
internacional y global, debe ser la arena donde se
le prepara para el cambio. Por ello la internacionalización educativa, aunque restringida de momento
a nivel terciario, en el futuro debe permear en todos
los niveles educativos”. Y para el investigador Axel
Didriksonn: “… es posible sostener que entre los
cambios que deben ocurrir en el marco institucional
y social, resultan cada vez de mayor importancia los
que deben realizarse en el perfil y las estructuras de las
instituciones de educación superior, como instituciones que hacen posible la producción y transferencia
de conocimientos y tecnologías.
En cualquier caso, para ser útil al desarrollo, la
reforma de los sistemas educativos, en especial la
enseñanza universitaria, debe realizarse sin renunciar
a su papel social, al ejercicio de sus propios valores críticos. O dicho en otros términos, se requiere
asumir el cambio generado por la globalización sin
convertir a los centros de enseñanza e investigación
básica en meros apéndices instrumentales de los
criterios económicos en boga. La modernización de
la universidad debe regirse a su vez por un orden de
prioridades propias, vinculadas con las necesidades
de la comunidad a la cual pertenecen.